7. La minería necesita cambiar o será más demonizada

La actividad industrial minera es sin lugar a dudas indispensable para disponer de una diversidad de materiales que utilizamos cotidianamente. La nueva economía basada en las tecnologías de la información y la descarbonización de la energía requieren de minerales que aumentan su valor. La salud, la educación, el transporte, las comunicaciones y en general, la producción de bienes y servicios dependen de la minería. Sin embargo, la actividad ha sido objeto en las últimas décadas de una "demonización" que tiene su origen en razones atendibles.

Falta de transparencia, arreglos bajo la mesa entre empresas y gobiernos, hechos de violencia hacia quienes se manifiestan en contra de sus proyectos, repetidos derrames de contaminantes, destrucción de glaciares y otros ecosistemas frágiles para abrir pasos y caminos, son elementos que han generado una reacción "anti-minera" que ha escalado hasta llegar a prohibirse ciertos tipos de minería en algunas provincias.

La intensa conflictividad de la industria minera demuestra una incapacidad manifiesta de negociar con transparencia el ordenamiento del territorio y sus mecanismos de supervisión y control. En gran medida, es un enorme desafío para las empresas mineras, que lejos de escuchar a las comunidades locales han preferido avanzar muchas veces en procedimientos administrativos con nula o escasa participación, incluso con el aval de las autoridades.

Se trata de un desafío principalmente para la dirigencia política, que suele instalarse cómodamente en posiciones extremas de un lado u otro. Es preciso alcanzar un ordenamiento territorial que permita el desarrollo minero minimizando impactos, para lo cual el camino es diseñar ese ordenamiento de modo participativo, con base científica y en el marco de un programa de estado de desarrollo de las economías regionales. Esconder impactos o exagerarlos impide un debate racional. La conservación y la producción minera deben encontrar un punto de equilibrio.

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